Hay una extraña claridad que viene con un diagnóstico que cambia la vida. No esperaba sentirme así, pero cuando el médico me habló sobre la aterosclerosis que encontraron en mi aorta y arterias coronarias, algo cambió. Era como si la niebla de las preocupaciones diarias se disipara, dejando solo la dura realidad de mi salud en su lugar. Ya no podía ignorar las señales ni minimizar los síntomas; tenía que enfrentar esto de frente.
Las palabras aterosclerosis cerebral y aterosclerosis coronaria resonaban en mi mente. Ya no eran solo jerga médica; eran mi nueva realidad. El médico explicó cómo estas condiciones podrían afectar mi futuro, desde el riesgo de un accidente cerebrovascular hasta la posibilidad de enfermedades cardíacas. Me encontré investigando, tratando de entender cómo había sucedido esto y qué podía hacer al respecto. La idea de que mis arterias se estaban endureciendo, volviéndose menos flexibles, se sentía como si mi cuerpo me estuviera traicionando desde adentro.
Aprender sobre las causas de la aterosclerosis fue una revelación. Siempre me había considerado relativamente saludable, pero ahora me di cuenta de que mis elecciones de estilo de vida, combinadas con factores fuera de mi control, me habían llevado aquí. El diagnóstico me hizo replantear todo, desde mi dieta hasta cómo manejaba el estrés. No podía evitar preguntarme si las cosas habrían sido diferentes si hubiera prestado más atención antes.
El concepto de aterosclerosis aórtica leve no sonaba tan alarmante al principio, pero cuando profundicé, me di cuenta de que “leve” no significaba insignificante. Era el comienzo de algo que podría tener serias consecuencias si se dejaba sin control. El hecho de que esta condición pudiera llevar a una aterosclerosis cerebral, afectando no solo mi corazón sino también mi cerebro, fue un llamado de atención como ningún otro.
Lo que más me sorprendió fue cómo esta condición se había estado desarrollando silenciosamente con el tiempo, indetectada hasta ahora. El código CIE-10 para aterosclerosis se convirtió en un tema de conversación frecuente con mi médico, mientras discutiamos las mejores maneras de manejar y, con suerte, ralentizar su progresión. La realidad era sobria: esto no era algo que se pudiera curar con una solución rápida. Requería una revisión completa de cómo abordaba mi salud.
También tuve que lidiar con el impacto de la aterosclerosis en mi futuro. La posibilidad de complicaciones como la demencia por aterosclerosis cerebral o incluso un ataque al corazón se cernía sobre mí. No eran solo amenazas distantes; eran posibilidades reales si no tomaba acción inmediata.
Cuanto más aprendía, más decidida me volvía a luchar. Comencé a explorar opciones de tratamiento, desde cambios en el estilo de vida hasta medicamentos, cualquier cosa que pudiera ayudar a reducir el riesgo de más daños. El camino no fue fácil, pero era necesario. Cada paso que daba, cada cambio que hacía, era un paso lejos de la persona que había ignorado las señales durante demasiado tiempo.
Ahora, no solo estoy viviendo con aterosclerosis; la estoy manejando activamente. He aprendido a ser más consciente de mi cuerpo, más consciente de lo que necesito hacer para mantenerme saludable. Es un proceso constante, pero uno que me ha hecho más fuerte y más resistente.